jueves, 17 de abril de 2014

"La inocente femme fatale"





La noche se había tornado sombría, las ramas desnudas que se veían por la ventana parecían aún más oscuras pero me preocupaba más la palidez de su rostro que la quietud tenebrosa del exterior al que era ajeno. Su vestido de encaje desataba en mí mis más bajos instintos. Habían pasado tantos siglos que aún esperando que mi sed se apagase no hacía más que avivarse. Su piel era fría, espectral pero su mirada era tan cristalina e inocente que me doblegaba como un amo a su vasallo, su siervo, su mascota, su esclavo... 


Mis sentimientos eran un denso mar de nubes que lloraba y no sabía si abrir paso al sol o cerrarlo, tan caóticos eran que aún no sé que sentía por ella además de un deseo visceral e irracional. 

Su pelo cobrizo que competía con el sol en brillo y luz, deslucía la habitación, pero eran sus ojos los que me poseían, era su apariencia inocente la que me consumía como una llama. La suave yema de sus dedos se deslizaba por mi barbilla, sentía la calidez helada de sus manos recorrer mi rostro, acariciar mi pelo. Mi corta melena, de la que ella tiraba con sus dedos haciendo que me arrodille a sus pies. Que empezase a desatar sus pequeños botines, descalzándola. Al contrario que otros muchos hombres no necesitaba más para dejar que mi imaginación volase. Ella sonreía con candor, como si admirase lo que hacía, analizándolo inocentemente. 

Esa inocencia impropia de una mujer de su edad me excitaba, era como una divinidad, no podía escapar de su embrujo ni quería. Suspiré a sus pies, terminando de descalzarla y ella comenzó a deslizar su falda, descubriendo sus rodillas, el naciente y la longitud de sus muslos hasta deleitarme con su ropa interior. Me sentía como un niño descubriendo un mundo totalmente nuevo. 

Se quitó la falda y empezó a desabotonar los botones de su camisa rojo carmesí descubriendo la fina lencería que la salvaguardaba de su desnudez. Estaba atado de pies y manos. Besó su dedo índice y me guió con él, apoyándolo sobre mis labios para que sintiera el extinto calor de su boca helado en sus manos. 

Me senté en el sillón al que me guiaba y ahí, sin mediar palabra se acercó a mis labios, admirándome atentamente, como un cazador a su presa, desatando mi cinturón con habilidad y bajando la cremallera de mi pantalón, insertando su mano en mi ropa interior, sintiendo la gelidez de su mano atrapar la dureza y el ardor de aquello que ella sin pestañear masajeaba. No podía evitar los jadeos, la alteración de la respiración. No podía siquiera evitar mirarla a los ojos mientras ella apartaba su ropa interior para dejar caer su peso con maestría sobre mí. Jadeé incluso con mayor intensidad al sentir como cuando se movía sobre mí tiraba de mi corbata, casi ahogándome sin que tal cosa me importara. Me atreví a mover mis manos obnubilado por el deseo que ella había decidido cumplir, presioné sus muslos, abriendo aún más sus piernas contra mí, apoyándose con ambas manos en mis hombros, gimiendo en mi boca como si desease que nuestras voces se fundiesen y con ello nuestra esencia. 

Desabrochó su sujetador y mis labios volvieron a cubrir sus pechos sin soltarla, sentía como se empapaba, cómo resbalaba cada vez que nos movíamos y la levanté en peso, arrinconando su espalda contra la pared mientras me movía dentro de ella, escuchando sus gemidos que penetraban mi oído, deleitándome en su sabor y en su calor mientras ella rasgaba mis hombros con la fiereza de sus uñas, sus garras. Me rajaba el corazón y la piel a partes iguales, doblegando con su encanto de femme fatale toda mi voluntad. 
Me incitaba con su mirada inocente y retadora. Se movía más rápido y más fuerte sobre mí y en lugar de gemir era tal el placer que gritábamos los dos, extasiados, deseando devorarnos. 

Se movía tan fuerte que había apresado sus caderas y las acometidas eran aún mayores, tal grado habían alcanzado que me fui entre sus piernas mientras ella relamía el gusto escarlata de sus labios y me volvía a besar introduciendo su lengua mortal dentro de mi boca, acariciando la mía con la suya mientras seguía suspendida en mis brazos, mostrándome su aguante volviendo a moverse aún sobre mí, dejándome sin aliento hasta hacer que con una fuerza sobrehumana cayese sobre el sillón clavando mi erección aún más dentro de su cuerpo, alcanzando dimensiones desconocidas, sintiendo su humedad palpitante como un corazón. 
Su calor inundaba mi miembro mientras ella volvía a moverse hasta hacerme desfallecer, volviendo a empapar mi piel y a besarme como si me dejase una nota de despedida cuando se marchó desnuda dejando en la habitación su ropa y su perfume.


Nely Macorix '14

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