sábado, 10 de diciembre de 2016

"El baúl de la fotografía", fragmento inédito

"Titilando estaban las estrellas cuando la nieve comenzó a caer sobre nosotros. Aguardábamos dormitando, charlando, con el móvil, jugando a las cartas o examinando el paisaje por la ventana, a que nuestro viaje en tren terminara. Pero pronto alguien corrió en la dirección opuesta a nosotros y empezaron a hablar con secretismo en una lengua eslava que no conocíamos. 

- Despierta. 
- ¿Qué ocurre? - Una chica del grupo que hablaba mi lengua se sentó rápidamente a mi lado para explicarme lo sucedido. Me daba miedo lo que fuera a salir de sus labios, me sentía refugiado de la nieve y las montañas que en silencio me iban abriendo el paso. Respiré profundo y me desperecé para prestarle la atención debida. - Alguien se ha suicidado. - Me dio aquella noticia como el que anuncia que se le han acabado los cigarrillos, sin dolor ni alegría, pero con cierto hastío. - ¿Aquí? ¿En el tren? ¿En tu vagón? - Negó con la cabeza, rechazando la velocidad de mis preguntas. - No, ha saltado frente al tren y se lo ha llevado por delante. 

(...) Justo en este punto de la conversación entraron más de nuestros compañeros, Mark, Noel y Ana mientras los otros tres intentaban descansar hasta saber qué ocurriría con nosotros. Cuando la que hablaba mi lengua empezó a hablar con el resto en perfecto inglés, desconecté. Levanté la vista hacia la ventana, la tenue luz de las farolas del camino se entremezclaba como óleos con la fina nieve que caía. Aquel era el día más feliz de mi vida. Sin embargo, no pude evitar pensar en la macabra ironía que suponía que aquel día, que era para mí el más feliz por un fenómeno atmosférico al que los habitantes del país ya están acostumbrados, se produjese una muerte tan trágica y un evento tan hermoso.

La policía acordonó la zona con cintas blanquirojas; nosotros y dos mujeres de Polonia tuvimos que abandonar el tren en plena madrugada, saltando a las vías como fugitivos para aprovechar el siguiente tren que nos llevaría, por fin, a la que será nuestra casa durante lo que dure la misión. Durante nuestro salto a las vías del tren no pude evitar pensar en Lorenzo y en Nix, habían pasado dos meses desde el último miércoles que nos vimos. 

(...)

Ahora, llegando a casa, todos vuelven a la realidad. De una pequeña tienda cuyo cartel reza "Piekarnia i Cukiernia" emana un olor agradable y dulzón de pączki recién hechos. Los comercios empiezan a abrir bajo los tímidos rayos de sol que han aparecido entre las nubes y el humo de las fábricas, los trabajadores se saludan o esquivan a partes iguales para llegar a su lugar de trabajo... Es inevitable pensar en aquellos que no están, conocidos o desconocidos, aquellos que arrebatan sus vidas con un revólver, pastillas o saltando en frente de un tren, cuando observas la hermosura y la crueldad de la vida que nos maneja cual peones de ajedrez. 

(...)"

December 10th, 2016
Nely Macorix 

viernes, 7 de octubre de 2016

Moroccan Honey



Bajo la niebla se mecen 
mechones negros de azabache
antaño dorados por el sol.

La espesura de la selva
esconde dos pupilas 
que los dioses ordenaron crear.

Los amantes se esconden
bajo la mirada de los gatos...

Y ella,
con su mirar te hechiza,
fluye por tu cuerpo,
tibia como un aliento frío,
embalsama tus heridas
con sus manos de tostada arena,
con sus labios de resquebrajados rubíes.

Demasiado tarde para huir
dice la voz de tu corazón dormida.

Aquellas pupilas de misteriosa noche
te han convertido en títere de su deseo
El rosal de sus labios
marchita en tus ojos
sus espinas se hunden
en tus entrañas, y, entonces
sales de tu hipnosis
preguntando a extraños su nombre
en la perdida noche de Marruecos.


 PD: Gracias a Ultima Radio, unos músicos increíbles, y a Kati Angerbauer por el descubrimiento.

Nely Macorix

sábado, 2 de julio de 2016

El contraste de la suerte


Ahora las estaciones están cayendo a nuestro alrededor
Dentro del baúl de la fotografía.
Recuerdo mutilaciones de un pasado cuyo futuro veía incierto,
El sabor de la sangre al filo del precipicio
y la muerte al borde del cuchillo.
En el límite, revolviendo el pelo se aproximan los alisios,
huracanes para desgranar una melena
como una maraña de recuerdos.

Un bosque para suicidarme, por favor,
cada noche cuando revuelves el cajón
de la memoria, nunca sabes lo que tienes.
Proyectábamos las imágenes que reproducen,
Bajo la nieve, las cinematográficas
Y en blanco y negro, las literarias realidades.
Mis sentimientos son como piezas de un puzzle,
De quinientas piezas,
Despiezados por un verdugo con mis pensamientos,
Si a doscientas llega
Demasiado me parece.

Oye, sóplame aquí,
se me ha metido un poema en el ojo – digo,
Me sacudo la prosa de los hombros
Exhalo un ensayo con la boca

Y un último suspiro.


Nely Macorix

Desilusiones y Jacarandas sobre tu ventana

Ninguna era capaz de contestar. Las manecillas del reloj resonaban ensordecedoras en mi cabeza, palpitaban en mis oídos como un corazón desatendido. Después de habernos volcado todas unidas, caímos por separado. Luego ella pronunció las palabras mágicas <<no puedo seguir así>>, y aunque yo tampoco podía hacerlo, había decidido no desfallecer. Aún quedaba algo de mí latiendo para ella… Por desgracia, ya no quedaba nada para mí. 

Cuando todas cayeron me lo pregunté: ¿por qué?

A menudo medité, en silencio. El suficiente para no crisparte ni agobiarte, para respetar la soledad. En varias ocasiones tuve que ser adivina, intérprete y traductora de tus pupilas oxidadas por el tiempo. En otros muchos momentos tuve que ser consejera, amante y familia. Tantos papeles interpretaba que en ellos me iba perdiendo. Primero cayó la adivina, nunca se le dio bien atisbar la verdad en unas pupilas empañadas de mentiras, mucho menos en aquellas cuya verdad se ocultaba tras el velo de la negación. Más tarde cayeron la intérprete y la traductora, tus manos se movían siguiendo el discurso pero tus ojos desmentían todas las mentiras hermosas que me regalabas. Cuando cayeron las tres primeras alertaron a la consejera, dejé de lado a mi yo, al real, al verdadero, al aventurero que quiere recorrer la galaxia y los continentes del planeta azul, eternamente enamorado, pero, tanta crispación, tantos reproches y tantas incertidumbres por tu parte acabaron con el buen recuerdo que quería conservar de ese momento, arraigándose dentro de mí todos ellos. La que interpretaba a la familia permaneció con la mayor de las lealtades hasta que no soportó más la carga que llevaba, no la entendía y, cuando la entendió, no la merecía. La última en caer, sin duda, fue la amante. La amante se desvistió incontables noches y la atrajo entre sonrisas de verdadero sentimiento hasta sus brazos, a la desnudez de sus pechos blancos como las nubes de un día de sol, allí la acurrucó, la reconfortó y le confesó que su cuerpo, bajo aquel amor, podría ser el puerto, el ancla y hasta el mismísimo barco según le hiciera falta, en resumen, el lugar seguro que no quisiera abandonar pero del que pudiera entrar y salir con libertad. Sin embargo, esta tampoco resistió y se hundió.

Éramos como flores de Jacarandas cayendo al abismo que representaba el asfalto, constantemente rodeadas de las primeras suicidas al abrigo de las miradas de maduros y enamorados que paseaban por el parque donde mecían sus ramas.

Éramos los amantes trémulos y temerosos, por un lado se encontraba la inmadurez y, por el otro, la inexperiencia. Además, nuevos amantes se introdujeron, el miedo, la incertidumbre, la dependencia y la ansiedad. Aquella orgía emocional no podría salir bien.

La verdad es que nunca vimos una respuesta tan cercana. Siempre nos interrogábamos sin hallar respuesta clara. 

A menudo nos preguntábamos cuánto iba a durar.

(“- ¿Qué te ocurre? - Nada. - ¿Qué? - Nada. - Vale. - ¿Qué? - Nada.”)


Nely Macorix


sábado, 25 de junio de 2016

Los gritos que nunca salieron

Los gritos que nunca salieron
Están aquí, ¿los oyes?
Resbalan cálidos y furiosos
Por la garganta…
Como un cuchillo
Que raja en las entrañas.
Los gritos se cuelan en mi cabeza
Son como fuegos que estallan
Al llegar a su clímax.
Y ahí estás tú, reflejo de mi dolor,
Gritando sin liberar sonido
Con los ojos enardecidos del insomnio,
Del deseo aniquilador de los gatos
Que pasean por los rincones de la consciencia
Cuando esta se va.

La casa de mi cuerpo está derruida
Como los pies descalzos que viajan
Sobre los cristales rotos de la inocencia.
Las lágrimas son mares que Poseidón
Vuelve contra mí… y me ahogan.
Ahogan los gritos,
Los gritos que nunca salieron.

El humo se cuela a través de la cortina
Lúgubre de mis órganos
Y cada uno resuena como el tic-tac
De un reloj sin cuerda que desea ser violín
Para tocar una melodía triste
En la que los gritos puedan por fin salir.
A los grandes les hablaba la música,
La pintura, la lírica…
¿A mí? a mí me habla la mente, ronca
Y cansada de quien ignora aquello que siente.
Cuando habla, abre los ojos y me incendia
Como si fluyera gasolina por las venas,
Nicotina por los pulmones.
El humo venda los ojos que ya estaban vendados
Creando una densa niebla que aún sin venda
No permitiría ver a través.
Entonces los gritos se arremolinan como mariposas muertas
En el estómago y se pudren, con sueños de vuelos
Que jamás triunfaron.
Interviene la vida y grita intentando que las flores vuelvan
A brotar en mí, que mi cuerpo vuelva a ser útil,
Que mi mente vuelva a ser fértil.
Las ideas se han agarrado a los gritos que quieren salir
Y no salen, jamás salen.
Y la justicia hierve de injusticia

Por todos los gritos que nunca salieron.

martes, 3 de mayo de 2016

Por la calle Triana

Las luces vespertinas
peinan rayos en la acera.
Los pájaros son madera
oculta tras las cortinas.
Son polvo, flotan por la ventana,
por la sala, el cuarto,
cuando parto en dos
el nido, el lecho, la cama.
Hago y deshago entre almohadas
Deslizándome colina abajo
con doce pruebas, arduo trabajo,
hasta invadir tu colina de las hadas.

Triana, bostezas en la mañana;
de escarcha barnizas
la modernidad de las cornisas
que el viejo empaña
con su aliento último
de sueños póstumos.

El viejo traga la saliva,
se escapa de su cuerpo
en un viejo juego que acaba
con el viejo y la vida.

- ¡Viejo! -grita, al ruido. 
- Silencio-responde.
- ¿Esa voz?
- Esa voz soy yo.
- ¿La muerte?
- No de tanta fama dispongo
no me conocen por sabio
más que por viejo.
- ¡El diablo!
- Cuida tus maneras y modales,
maldito viejo, que no estoy
para juegos de calamidad tales.

Se les escucha a lo lejos
discutir, vociferar entre espejos. 
Y no los entiendo.
Se escucha toda la ciudad
navegando, sumergiéndose
en su propia vanidad.

Prendo la luna, la calle, los ojos,
también los de los gatos,
y apago las voces, los gritos
los llantos, aumento risas y cantos.
Yace la ciudad en silencio. 
Sólo en mi cabeza existe ruido.

Triana, bostezas en la noche,
se giran faroles de flores y farolas
como arena que rompe en olas...
Acompaña mi soledad de noche,
Triana, que ahora bostezo yo.


 X. Nely Macorix

domingo, 24 de abril de 2016

"La Puta Guerra"

“Existe la estúpida creencia de las personas por el cambio, no el cambio entendido como la constante que rige la vida, sino del cambio de una persona hacia algo mejor de lo que es, una excusa para autoengañarnos y permanecer bien atadas a las cadenas del motivo de nuestra infelicidad. Y es que, en cierto modo, el ser humano no comprende la felicidad sin la infelicidad, la fidelidad sin la infidelidad, la lealtad sin la traición, la alegría sin la tristeza y, es que, al igual que los colores primarios, cada emoción, pensamiento y acto tiene su complementario. Es, también, estúpida la creencia de que los seres humanos por naturaleza son buenos, así como lo es la creencia de que los seres humanos por naturaleza son malos, estos no son ni lo uno ni lo otro, únicamente son.

            Sin embargo, he de corregir una teoría que yo, estúpida e ilusa de mí, llevaba hasta los últimos términos “quien tiene el verdadero poder no es aquel con dinero, si no aquel que conoce el dolor; la persona que conoce el dolor puede elegir si hacerte sufrir o, por el contrario, evitarte el sufrimiento”, resulta que, ilusa de mí, como ya dije, no es hasta hoy cuando me doy cuenta de que esta teoría es engañosa y, aunque tiene su parte de razón, existe una tercera cláusula, mucho más cruenta respecto a la vida y a los humanos: ¡esto es una puta guerra! En una guerra jamás elegirás evitar el sufrimiento del “enemigo”, del contrario, del otro que no es el yo, de aquel que desea matarte antes de terminar sin vida ante ti. Entonces, en una maldita guerra, jamás preferirías evitarles sufrimiento al rival, lo único que desearías, como en cualquier aspecto de la vida es no morir y, a ser posible, no acabar tan herida como para no poder vivir, deseas que, si es posible, no tengas daño alguno y que si lo tienes sea lo suficientemente nimio como para acudir a tu trinchera a la menor oportunidad para lamerte como un felino viejo el tiempo necesario hasta recuperarte y, con suerte, el tiempo necesario para que pase la guerra.

            La realidad es lo contrario a nosotros y lo mismo que nosotros, sucumbimos a un espejismo de la realidad que nos obnubila con promesas baratas de amor, de cambio, de amistad, de fidelidad y no percibimos que la única persona que, quizá, podría ser leal hasta el extremo es la propia persona. Qué ironía. Pensar que íbamos a descubrir que hasta nosotros mismos podemos traicionarnos, apretar el gatillo contra la sien y decorar la pared blanca de color carmesí sin necesidad de un opuesto que nos ayude a aplicar la fuerza necesaria en nuestros dedos. Qué ironía que amemos incluso más de lo que nos amamos y, sobre todo, qué ironía es que estemos todos metidos hasta el culo en esta puta guerra, jugando a ser jueces, dioses o santos, que trivializan, banalizan y frivolizan a pura conveniencia afirmando que antes se quitarían la vida que asesinar cuando la realidad es que herirías antes de ser herida.

            Quizá veinticinco otoños eran los necesarios para desenfundar el arma después de las numerosas mutilaciones y los incesantes disparos desde todos los flancos, amigos y enemigos en los que las ráfagas de balas, una vez lanzadas, no distinguen aliado o contrincante. Quizá, sencillamente, deberíamos quemar la bandera blanca para alzar una bandera negra que anuncie que este enfrentamiento tendrá lugar hasta que quede la última persona en pie. Esto, habitantes del mundo, es la guerra y, desde hoy, voy a por vosotros. Preparad bien vuestras trincheras, aprovisionaos, coged el botiquín necesario porque me estoy abriendo fuego entre las minas de vuestras lenguas y la boquilla de mi arma está a punto de estallar rozando el vello de vuestras sienes para poder relamer la sangre que coloree mis labios.”


X. Nely Macorix

martes, 19 de abril de 2016

Bajo la luna, nada entre palmeras.

Me disipo entre la niebla
como la luna ocultándose entre las nubes,
me vuelvo invisible
como los pasos bajo la lluvia,
como una sonrisa refugiada
bajo el humo del tabaco 

en un club de alterne con ambiente lúgubre. 

Me vuelvo un ser apático
con los problemas cotidianos
y resto importancia a los gritos,
a las sonrisas y a las lágrimas de la falsedad;
y miro con ojos amables
y tiendo una mano cálida
a las emociones de verdad.

lunes, 21 de marzo de 2016

El baúl de la fotografía: en blanco y negro

(Sólo una persona conoce la clave... el resto, abstenéos)

Vincent


I


         Intenta escribir la primera línea, las palabras no afloran de sus manos, piensa en el invierno de su abismo, en el de sus palabras, en el de sus emociones, cada vez más ajeno. Medita un instante, lo que tarda en encenderse un cigarrillo mientras escucha el canto de los pájaros dando la bienvenida al amanecer. Se hastía. Destroza la hoja: primero la parte por la mitad, luego por la mitad de la mitad y, finalmente, en un ataque de cólera destroza lo poco que queda del folio donde intentaba descansar su mente.

            Saca otra hoja. “Intentar”, piensa. Se detiene de nuevo, mira la hoja en blanco, la garabatea insatisfecho, resopla, se levanta el pelo húmedo de la frente y da otra calada al cigarrillo. Medita, nuevamente. Entonces, sin proponérselo, la tercera hoja ha caído sobre el viejo escritorio y tiembla. Las palabras resbalan mudas por sus mejillas. Contempla el ocaso, la nada, el infinito, la vida, la muerte, el amor, el desamor. El odio, ese profundo odio que había ido anidando en el fuero interno de su corazón, bajo un armazón metálico que lo cobijaba y, al mismo tiempo, lo alejaba, evitando que las otras emociones pudieran contaminarse. El ser humano tiene una curiosa forma de represión y de expresión. Por fin ha salido algo de tinta, algo inteligible, que plasma en el papel  algo que nace: incertidumbre.

            Se ve a sí mismo, tiempo atrás, rodeado de falsos seres queridos que no han acudido a su velatorio. El hombre carraspea, rojo de ira, frustrado, lleno de rabia y con los ojos acuosos y los tachones ilegibles de su escritura comienzan a cobrar sentido. “Nunca pensé que el demasiado tarde llegara demasiado pronto”, sentencia la hoja. La observa con curiosidad, como si fuera la primera vez que logra derribar el muro del odio que había ido cosechando en su soledad. De repente, las caras de aquellos allegados felices desaparecen y con ello las innumerables muestras de afecto ahora enturbiadas por la indiferencia, la falta de atención, de tacto y de interés. Entonces se ve en sus recuerdos, alejando a cada persona que decía estimarlo descubriendo que, en realidad, la estima no era tanta.

            La soledad hace acto de presencia, no es una compañera dulce pero, en ocasiones, se hace de rogar. Florece, como la primavera muerta de sus palabras. “Ella no te tiene presente”, piensa de nuevo y descarta este pensamiento respirando profundamente, dando una gran bocanada de aire al universo, vaciándose de sí para llenarse de su nueva esencia gélida, desconfiada y cínica. Sonríe entendiendo que acepta su soledad, su gelidez, su desconfianza y su cinismo, rechazando a las personas. Cuando Valeria le dijo “la vida es fácil, las personas son difíciles”, le azotó el pensamiento en el fondo del abismo como una ráfaga de lluvia que dirigiese contra su cara. Se maldijo por haber creído aquello. Se desmaldijo. Él quiso creerlo, ella no tuvo la culpa.

            No obstante, las otras personas de su lista de odio habían exprimido lo poco humano que le quedaba cuando se dio cuenta de lo poco que valían muchas personas. Quiere creer que existe alguien que valga la alegría y la pena, pero… ha visto tanta miseria que no le quedan ni fuerzas ni ganas para creer en ello. Se levanta de la mesa tras anotar las últimas palabras que intercambió con Valeria antes de que cogiera la guagua a San Antonio, negó con la cabeza, ya de pie y fue a por café.

            “La vida es dura y cuanto antes lo aceptes, mejor”, pensó para sí mismo. A sus cuarenta años de edad tenía la misma desilusión que un niño cuando ve por primera vez cómo es el mundo, cruel, egoísta, impasible… miró por la ventana tras un largo sorbo de café y la construcción sórdida de la humanidad frente a él sólo se lo confirmaba. Buscaba algo que lo desmintiera, quería creer. Cuando el mundo es un lugar tan frío sólo puedes arroparte a ti, ello implica que debes dejar a aquellas personas con sus falsas muestras de preocupación y cariño aparte, viajar a la deriva en su propio barco. Eso implica, también, que ha de dejar de ser el ancla que los soporta y ayuda a estar cerca del muelle, a salvo del peligro. Cuando el cigarrillo se consumió encendió otro y se lo fumó como si absorbiera el elixir de la vida por unos instantes, como si aquella calada, aquel humo caduco y venenoso que se corría por sus pulmones fuera a reconfortarle… y en cierto modo, lo hacía.

            El día empezaba a clarear, el crepúsculo despuntaba amenazador como su promesa contra las montañas, contra los habitantes, contra las piedras… contra el mundo. Frunció el entrecejo y se metió dos pastillas con café por la garganta. Ya era la hora. Subió al taburete y agarró el lazo con las manos, miró su hoja semiblanca-semiescrita y colocó a sus fantasmas dentro. Los quejidos se escuchaban por toda la casa como almas suspendidas en el dolor del infierno, vagando eternamente entre llantos de cadenas. Cogió los amores, los buenos recuerdos, las fotos en blanco y negro y las metió en el lazo. Con todo el odio posible, mientras lo acortaba, apareció ella en el espejo, sus recuerdos reflejados pidiéndole vivir en su memoria aunque se contaminaran del odio, pero él no accedió. Los recuerdos le recordaban que cada mal o buen suceso que había tenido lugar en su vida, lo hablaba y que mediante la comunicación y la atención todo se solucionaba.

            Él, triste, apático, sin gran interés, sonrió de medio lado y giró la cabeza dos veces: “no” fue lo único que escapó de sus labios. Los recuerdos se iban deformando, las caras se derretían y los lugares cambiaban de sitio y de decoración. Una vez muertos los recuerdos tal y como los conocía se decidió a derribar la estúpida barricada que había construido dentro de su abismo para salvaguardar el resto de sentimientos, pero ya nada importaba, todo le daba igual, las horas de sueño, de orgasmo o de risas, de tristeza, de lágrimas o heridas… ya poco importaba todo aquello. Así que… ¿por qué no deshacerse de todos aquellos recuerdos en el que los dulces le hacían entristecer y los amargos le hacían encolerizar? ¿Por qué no rendirse a la apatía y vivir el resto en tranquilidad? ¿Por qué no empezar de nuevo… pero más fuerte? Antes de ir a trabajar sospechaba que no podría dar respuesta a aquellas preguntas, pero, siendo que el dolor era igual de insoportable sabiendo el porqué de las cosas que el por qué no… ¿Para qué preguntarse por qué?

            Salió de la habitación y abrió la puerta que daba a la calle. Llovía y hacía viento, como si Céfiro con él intentara apaciguar la lluvia de su alma, pero ya nada podía hacerlo. Estaba condenado a vivir para siempre en los inviernos de su memoria.

            Tras caminar durante cinco minutos absorto en el movimiento de las nubes, y contando con la suerte de que nadie le atropellara de camino al trabajo, llegó a la estación de tren. Allí compró un billete sólo de ida hacia el centro de la ciudad. Su único trabajo era documentar, escuchar secretos y venderlos a quienes mejor les viniera. Sin embargo, esta vez el trabajo era distinto, quería exorcizarse a sí mismo, exorcizar sus recuerdos, dejarlos irse de su alma y de su memoria, quería permitir la entrada al invierno de sus entrañas también en su cabeza y por completo.



 CONTINUARÁ.

sábado, 27 de febrero de 2016

"Corazones de cristal"

¿Tienes un Corazón de Cristal?
La primera vez que fui consciente de que los seres humanos teníamos corazón yo tenía diecinueve años. Había escuchado hablar de la mecánica del corazón, de como funcionaba, del latir que bombea la sangre necesaria para la vida, de la limpieza de este importante órgano para mover el oxígeno que nos hacía mirar al sol como las plantas. Destruye todo lo malo-o al menos lo intenta-en una clase de sinergia mágica, asombrosa, con el cerebro. Para mí no es el corazón un órgano creado a partir de membranas, telas u otros filamentos cárnicos y nervioso con una función monótona como la de bombear la sangre. Para mí, los corazones están hechos de cristal. Los corazones son una habitación donde encierras los recuerdos que no caben en la memoria. Los corazones de cristal son como un gran desván antiquísimo donde se apilan los libros polvorientos que una vez alguien disfrutó, a los que una vez alguien acudió en busca de consuelo o evasión, los juguetes de la infancia, que ayudaban a descubrir el mundo, la bondad y la maldad. Los corazones son de cristal por su fragilidad, son más delicados que los músculos, fácilmente corruptibles. Lo que ocurre en un corazón de cristal se queda ahí; donde pertenece, en el desván del alma al que nadie accede, el desván del terror. Un corazón de cristal se rompe, se astilla, se agrieta, hace crac. Un corazón así, aunque se despiece en mil astillas diminutas, no pierde los recuerdos, destruidos o no por la implosión del mineral, uno así conserva en cada astilla la historia y mantienen para sí la esencia definitiva y última que cualquier otro ser humano desea arrebatar a los demás, por lo que, un corazón de cristal, fragmentado, agrietado, desgranado, de cualquiera de las maneras conserva la vida. Porque este tipo de órganos raramente son eliminados de la faz de la tierra, pudiera decirse que un corazón de cristal es un cúmulo de energía materializada que ocultamos en el cuerpo como las piedras preciosas se esconden en una cueva, que estos, al igual que la energía, únicamente se transforman.

En síntesis:
La mecánica del corazón
Destruye los recuerdos
que no caben en la memoria.
Los recuerdos, destruidos
mantienen la vida
y se transforman.

lunes, 22 de febrero de 2016

"Formica"

    A veces me siento en la cornisa del edificio más alto de la ciudad y observo directamente a la noche, ocultando a la luna con nubes, como si temiese que el mentido robador de Europa se dejara caer y se la llevara, sumiendo el mundo en una oscuridad infinita. Cuando la descubre para mí, la admiro, como el fenómeno más hermoso de la faz de la tierra y desvío la vista hacia el pavimento lejano con el que me fantaseo, en ocasiones, formando parte de la decoración, observo las luces, los coches, el humo pútrido, denso y oscuro que asciende por las colinas de cemento que se erigen majestuosas en Las Palmas y las manchan. Observo a los viandantes, parecen diminutas hormigas sin ningún tipo de organización, sin ningún tipo de plan… tan perdidas como yo, en esos momentos, deseo levantar el índice y apretarlas una a una contra la acera para hacer que corran en la misma dirección y cooperen entre sí y así, en medio de la miseria, que aprendan a encontrarse. Entonces me imagino dentro de la multitud, deseando que alguien me deje una brújula para reconducir mi vida y poder, por una vez, respirar en calma.
 

jueves, 4 de febrero de 2016

"Estaciones de tren"

Tengo dos claveles en el pecho
que florecen cuando me acaricias
y se cierran cuando te vas.

Tengo Primavera en el corazón,
Otoño en el cuerpo,
Escarcha en el pelo
y el sol del Verano en tu mirada.

Soy el río de abril,
desbocado y desbordado,
las flores violetas de mayo
las hojas, naranjas y rojas;
caducas de noviembre
Y la lluvia y la nieve
en diciembre
cayendo
dentro de mis párpados.

Llueven flores, claveles y violetas,
rosas de madera y árboles de papel.
Y ahora, en ti,
Florecen nubes en tu costado
mezcla de canela y miel almibarado.