A
veces me siento en la cornisa del edificio más alto de la ciudad y
observo directamente a la noche, ocultando a la luna con nubes, como
si temiese que el mentido robador de Europa se dejara caer y se la
llevara, sumiendo el mundo en una oscuridad infinita. Cuando la
descubre para mí, la admiro, como el fenómeno más hermoso de la
faz de la tierra y desvío la vista hacia el pavimento lejano con el
que me fantaseo, en ocasiones, formando parte de la decoración,
observo las luces, los coches, el humo pútrido, denso y oscuro que
asciende por las colinas de cemento que se erigen majestuosas en Las
Palmas y las manchan. Observo a los viandantes, parecen diminutas
hormigas sin ningún tipo de organización, sin ningún tipo de plan…
tan perdidas como yo, en esos momentos, deseo levantar el índice y
apretarlas una a una contra la acera para hacer que corran en la
misma dirección y cooperen entre sí y así, en medio de la miseria,
que aprendan a encontrarse. Entonces me imagino dentro de la
multitud, deseando que alguien me deje una brújula para reconducir
mi vida y poder, por una vez, respirar en calma.
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