lunes, 27 de julio de 2015

"Cosas de niños"

Hay una niña, pequeña, pensante, diferente, que parece no preocuparse por cosas de propias de niños de nueve años, una niña que recibe reprimendas “¿por qué no eres como las demás? ¿por qué no te centras en los muñequitos, en el esmalte y aguantas las quejas del resto? ¿por qué no eres mi saco de boxeo?” (claro que esto último no lo dijo pero es lo que ella pensó ante esas reclamaciones de sus mayores). La niña no es triste o imbécil, pero tiene unas dudas que no ha podido aclarar con otros niños, unas dudas, quizá, más propias de adulto-según se mire. La niña pasa la mayor parte del tiempo a solas, sola, meditando, buscando el sentido del mundo, entendiendo que venimos a sufrir-aunque esté en desacuerdo con ella-, piensa en como todos hacen su vida, como sus padres cogen el coche y la dejan en aquella escuela mugrosa, polvorienta y llena de niños que no la entienden y, en consecuencia, la golpean. Sus hermanos no le hacen caso, piensan que la niña sólo llora por llamar la atención, apenas tiene amigos, no tiene fuerzas ni para tener uno imaginario porque, si la oyeran hablando, volverían a empujarla contra la pared y a pegarle patadas durante todo el recreo mientras se retuerce como un gusano moribundo en el suelo.
La niña ha encontrado un rincón secreto en la escuela, tras todos los edificios grises y polvorientos gracias a la deshumanización del mundo, ve un pequeño rincón oscuro, hay otro niño, un niño callado y menudo, poca cosa <<como yo>>, piensa. El niño la evita pero la niña está acostumbrada al rechazo así que <<entiendo lo que sientes>>, piensa, prosigue hacia el interior de la oscuridad, hay unos árboles, <<“falsos sauces o sauces falsos”>>, no recuerda el nombre, pero dan sombra, tienen largas y gruesas ramas en las que ocultarse, así que poco le importa. Decide cargar un único libro que, además, lleva en la mano así que sólo puede subirse al árbol con la que tiene libre, la ayuda de sus pies y un poco de sentido del equilibrio: los matones la buscan, está oyendo su nombre inserte nombre aquí a gritos desde lejos. Palidece, traga saliva y se sube a la rama más gruesa, más alta y más sombría. Cogen a Pedro, el muchacho apocado y silente de hace un rato. Lo ve, pero no puede hacer nada… No debería hacer nada. Suspira sabiendo lo que le espera y corre silenciosa por la rama, bajando, dejando el libro a buen resguardo y, armándose de valor y de imbecilidad, le pega un puñetazo a uno de los matones, éstos, provocados, al encontrarla la llevan contra el árbol, le tiran del pelo y chocan su cabeza contra la corteza, queda ensangrentada, se ríen, llora, se defiende, les muerde, empiezan a vociferarle para que se esté quieta, Pedro no hace nada, se queda sentado esperando que con un poco de suerte le confundan con una roca y lo ignoren, ella empieza a defenderse, endurece su semblante y le muerde el cráneo a uno de los chicos, los otros intentan separarla pero ella está muy bien aferrada al hueso, la sangre brota en forma de puntitos-no era un gran mordisco pero sí una zona muy dolorosa-, el chico corre hacia el árbol y la embiste como un toro a punto de morir para salvarse, choca la espalda y la cabeza de la chica contra el árbol, cae fulminada, inconsciente, la brisa sopla las hojas que quedan sobre ella y la brecha ensangrentada. Pedro lo observa todo, ellos se van, indignados porque cuando el cabecilla se recupere tendrán que darle una gran paliza como para que jamás tenga que volver a defenderse, Pedro la mira un momento y también se va. Ella respira débilmente, acaba el recreo.

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